Es de cortesía, cuando uno entra a un local, agarrar la puerta si alguien entra inmediatamente después de ti y lo haces con mucho más agrado si encima es un chaval tan guapo como Andy Star, así ya le dedicas una sonrisa que te sale porque sí, te lo agradece y se crea el primer vínculo entre dos personas que no se conocían de nada antes.
Pero Ray Diesel no ha entrado a un local cualquiera, qué va, sino a la Sauna Barcelona, primero para relajarse y ya después, si se tercia la cosa, para pegarse una buena follada con alguien en alguno de sus rincones. Ese día le ha tocado la lotería y parece que ese primer cruce de miradas con Andy ya vaticinaba algo cuando en los vestuarios siguieron con el tonteo.
Imposible retirar la vista del cuerpo de Andy, tan solo cubierto por una toalla blanca alrededor de la cintura. El cabroncete se había trabajado un buen torso con unos abdominales de alucine. A Ray, que también iba ataviado con la misma única prenda, se le empezó a poner morcillona, lo cual le daba miedo, por temor a asustar al chaval, y es que lo que Ray tenía entre las piernas era… cómo decirlo… descomunal sería la palabra adecuada.
Andy le siguió calentando la entrepierna quitándose la toalla y dejando al descubierto su hermoso culito blanco. Además, con toda la intención, se incorporó dejándolo en pompa, haciendo como que buscaba algo en la taquilla. Ray se acercó por detrás sigilosamente y le apretó todo el paquete contra el culo para que lo sintiera. Era otra forma de decirle lo grande que la tenía sin tener que enseñársela de primeras.
Le alegró ver la sonrisa de picarón en la cara de Andy, que enseguida le tocó sus partes nobles por encima de la toalla con la mano y lo flipó. A muchos tios se les pone dura y babean por una polla gigante como la suya, pero a la hora de la verdad, son muy pocos los que pasan más allá de una mamada por miedo a que les revienten el ojete y no puedan sentarse en varias semanas.
“¿Y si viene alguien qué hacemos?” le susurró al oído Andy. “No te preocupes que hasta dentro de un rato no llega nadie” le tranquilizó Ray. Y para que definitivamente se le fuera la idea de ser pillado por alguien que pudiera llegar, le plantó las manazas en el culete y le empezó a meter los deditos por el agujero provocando unos gemidos instantáneos más ricos que el cola cao.
Ray se los metía, Andy los conducía a su boca como si fueran un manojo de pollas, los chupaba y los dedos volvían a su trasero. Con tanto jugueteo, algo se elevaba ahí abajo en la toalla y Andy comenzó a ponerse de rodillas frente a ese pedazo de tiarrón para descubrirlo.
Dibujó el contorno del rabo gigante con sus manos y la esnifó. Retiró la primera hoja de la toalla y volvió a ponerse cachondo esnifando olor a rabo que se acerca. Retiró lo único que le separaba de ella y frente a su jeta apareció la polla más gigantesca e impresionante que había visto nunca. Una PUTA pollaza de la hostia de un tamaño descomunal, tan larga y pesada que caía hacia abajo, tan enorme que no podía conservar su rectitud, doblada hacia abajo desde los primeros diez centímetros de rabo.
Ray hizo que su polla lo saludase, haciendo fuerza con el culete y haciéndola rebotar de arriba a abajo. No hacía falta que hiciera eso para poner al chaval más cachondo de lo que ya estaba. Frente a eso a ver qué coño hacía uno. Andy decidió ir a lo burro, se la agarró con una mano por la base para que dejase de menearla, cerró los ojos, abrió la boca y empezó a tragar rabo.
Dios qué rico, lo suficientemente grueso como para acaparar toda su boca y provocarle esa sensación de estar lleno y tan largo y apetitoso que no pudo resistirse a dejársela meter hasta más allá de la garganta. Tenía hambre. Y todavía quedarían hasta veinte centímetros de polla que sus labios jamás podrías recorrer. Aquello era inmenso.
Con el rabo bien chupado, Ray enseñó a Andy lo bien que se le daba lamer culitos. El secreto era comérselo como los heteros se comen un coñito, haciendo un buen trabajo con los labios y la lengua a la vez. Andy ya tenía el ojete bien abierto nada más sentir la polla entre sus manos, pero no podía negar que el trabajo de la boquita de Ray le había hecho el diámetro mayor a conciencia.
No le dejó ponerse el condón. Ya que encontraba algo así, quería sentir esa polla enorme dentro de él totalmente a pelo. Entró perfecta desde el principio, ajustándose a todo el hueco. Prefirió empezar de pie, porque la curvatura hacia abajo de la polla erecta le daba más gustito al rozarle la próstata.
Los gemidos de gusto y dolor recibiendo aquella enorme polla, reverberaban por todo el vestuario. Ray se retiró un poco hacia atrás, se cogió el rabo con la mano y, mientras lo sacaba y metía empujándolo, disfrutó de las vistas de su pollón agujereando ese culito que cedía al paso de su mazorca.
Pocos eran los valientes que se ponían a cabalgarle el rabo, pero supo que Andy podía ser uno de ellos por cómo tragaba. Ray se tumbó en el banco con toda la pollaza recta mirando hacia el techo, gigantesca. La muy puta permanecía tiesa como una estaca. Sólo la mano de Andy logró zarandearla un poco mientras la preparaba para conducirla dentro de su hambriento culazo.
Terminó tumbado sobre el cuerpazo de ese machote, haciendo paja con el ojete, tragando polla, en volandas con los piececitos apoyados sobre cada uno de los muslos de sus grandes piernas. Una de esas veces en que descubres el verdadero significado de ser follado.
La altura del banco hizo que se pudiera poner de pie con la polla dentro del culo todavía, haciendo saltitos encima de ella. Andy se agarró su propia pija, se la machacó dejándose llevar por el gusto que le estaba invadiendo el agujero y se corrió, dejando caer los lefotes en el suelo y encima de la pierna de Ray.
No podía dejar escapar la oportunidad de ver la descarga de una polla tan grande en primera fila. Se agachó mirando al monstruo bien de cerca y unos buenos lechazos largos y espesitos empezaron a caer como miel sobre su cara. Notó el calorcito del semen en el bigote, la barbilla y deslizándose por uno de sus pectorales. Sabía dulce, se metió el cipote en la boca y siguió rebañando las gotitas que le quedaban.
Mientras se besaban al acabar, antes de meterse en las duchas, Andy miró hacia abajo. Ahora esa pollaza que tanto placer le había dado, descansaba quietecita y flácida, brillante y recién corrida, pero seguía siendo inmensa. Tenía claro que a partir de ahora se dejaría abrir la puerta, siempre.
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