James Castle pronto empieza a comprender cómo funcionan las cosas en el Castillo Bare. Ni hay farmacias de guardia por allí cerca donde vendan condones ni nadie los lleva encima, los sirvientes del conde, que andan sobrados de centímetros entre las piernas, son libres para retozar unos con otros como les plazca y dejan sus puertas abiertas mientras se comen las pollas y follan para que los invitados miren o se animen a participar.
Lo que no sabía era que al propio conde Damon Heart le gustaba unirse a la diversión de la plebe. Ahí donde le veía tan señorial, erguido como si le hubieran clavado un palo de escoba por el culo, de punta en blanco, sin un solo descosido en el traje, cualquiera diría que iba a retozar como el que más cuando James lo descubrió en plena faena.
Ya que todos dejaban las puertas abiertas de noche, pues para qué negarse la satisfación de sentirse un voyeur mirando por las esquinas y hacerse un pajote mientras miraba hasta que se decidiese por unirse a la fiesta. La sorpresa llegó cuando tras el dintel de una de las habitaciones descubrió al conde comiendo el rabo gigante de Dylan James a boca abierta. Supuso que al verlo follar con otro le apeteció merendarse aquel rabo gordo. Para James fue todo un impacto visual, el señorito a cuatro patas encima de la cama tragando un rabo imposible y babeando como un perro rabioso. Lo mejor fue ver ese pollón acoplándose a pelo dentro de su culo y cómo gozaba. Ya sabía James que los que parecen más recataditos se las traen, pero no imaginaba cuánto.
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